Tenemos las mujeres algo ahí entre las piernas que roza lo misterioso.
Nos enseñaron que es feo, deforme, que huele mal y que no se debe tocar.
Hoy en día está muy extendida la idea de la “mal formación” de nuestros genitales, si tienes labios que sobresalen nos sugieren pasar por el quirófano y cortar por lo sano. En muchas ocasiones lo han limitado a la vagina, eliminando de un plomazo las partes que lo envuelven y dicen de ellos que son un pene a la inversa.
Pues no, señores, eso que tenemos ahí entre las piernas se llama vulva. Las vulvas son como las rosas, parecidas, pero no iguales. Unas con labios más grandes y dispares, otras más oscuras, con más carne, alargadas, rechonchas, con forma de hucha…
La mayoría de las mujeres con las que hablo se sienten avergonzadas de sus vulvas. No disfrutan del sexo al abrirse de piernas y dejarlas al descubierto porque son “horribles”.
Y yo sentí la necesidad de que nos reconciliáramos con nuestro cuerpo, empezando por esa zona tan escondida pero tan llena de vida a la vez.
Nadie debería decirnos que nuestro cuerpo, sea como sea, no es bello. La naturaleza nos hizo distintos para gozar de una diversidad que emociona y reconforta, que divierte. Y nuestro cuerpo es como es, y debemos respetarlo porque pienso que ahí reside, en parte, la felicidad.
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